- Cambios frecuentes por parte del cliente: Modificar requerimientos a mitad del desarrollo implica rediseños, ajustes técnicos y más tiempo
- Falta de información clara desde inicio: Un proyecto sin programa de necesidades ni decisiones iniciales claras parte con incertidumbre.
- Atrasos en respuestas de contrapartes: Clientes, consultores, asesores que responden tarde detienen el ritmo del diseño y generan cuellos de botella.
- Cambios normativos o exigencias municipales, o desconocimiento de estas
- Problemas de coordinación entre especialidades: Arquitectura, estructura, electricidad y sanitarias deben ir de la mano. Si una se atrasa, afecta a todas.
- Subestimación de los tiempos por parte del cliente: Diseñar un buen proyecto toma semanas o meses, no días. Las prisas generan frustración.
- Sobrecarga o mala gestión del equipo técnico: A veces, las oficinas no tienen los recursos humanos o procesos para sostener varios proyectos a la vez.
- Errores iniciales que se arrastran: Una mala base (como levantamientos imprecisos, o inexistente, diagnósticos débiles) termina por afectar etapas clave del desarrollo.
Un proyecto eficiente requiere más que un buen diseño, como, por ejemplo:
- Buena comunicación
- Definiciones claras
- Tiempos realistas
- Compromisos de todas las partes e involucrados
- Tener en común que la prioridad es el proyecto
¿Te has topado con algunas de estas razones? ¿Cuáles agregarías?